LA MANCHA





“El alma nace vieja y rejuvenece,
esa es la comedia de la vida.
El cuerpo nace joven y envejece,
esa es la tragedia de la vida”.
OSCAR WILDE

Era un día como cualquier otro. Nada en particular que cambiara su rutina, excepto... por esa horrible mancha en la pared que apareció esa mañana a la izquierda del reloj de péndulo. En cuanto la advirtió, María se escandalizó. Ella siempre tan ordenada, no podía permitir algo así. Esa muchacha le había colmado la paciencia. Sonia acudió inmediatamente al llamado, preguntándose qué había hecho ahora. Siempre estaba regañándola por algo; aún siguiendo todas las órdenes al pie de la letra, esa mujer siempre encontraba una excusa para descontarle algo de su miserable sueldo. Su mirada demostraba temor a una suspensión o lo que podía ser peor, a un despido. María estaba enrojecida a causa de la ira pero no podía intuir cual era la razón de su mal carácter. Luego de soportar sus gritos y mirar hacia la dirección que le señalaba con la mano, observó la mancha resaltando sobre el color ocre de la pared del living. Oyó una variedad de insultos y prometió limpiarla de inmediato. En realidad no sabía cómo había aparecido esa mancha. De haberla visto, la habría lavado antes de que pudiera advertirlo esa maniática de la limpieza. No era una mancha grande. Parecía como si alguien hubiera aplastado un mosquito, pero sólo era... una mancha.
Al otro día María se levantó radiante. Parecía más joven que nunca. Tenía treinta y cuatro años y su belleza se veía eclipsada por un gran defecto: Su altanería. Cuando salió de su dormitorio y bajó la escalera, la advirtió llegando al último peldaño. Estaba ahí, burlándose de ella junto con la idiota de Sonia que había desobedecido sus órdenes. La mancha era ahora un poco más grande y tenía la forma de un riñón. Sonia, desolada, no podía comprenderlo. Nada podía hacer para defenderse y tuvo que callar. La evidencia estaba a la vista.
Esa noche la mancha volvió por tercera vez. Llena de furia, María no notó que ésta vez había tomado la forma de un rostro, en el cual se podía observar detalladamente todos los rasgos de una anciana mujer con tristezas ocupando el lugar de sus ojos. Su boca dibujada en una expresión de absoluto dolor, completaba la terrorífica figura que se presentaba majestuosa en la pared del living. En ésta ocasión, Sonia le hizo saber que había aseado la pared; sin embargo, las palabras de la pobre empleada no tuvieron fuerza y la altiva no le creyó.
No pudo, en ésta ocasión, cumplir las órdenes. La extraña mancha no se podía eliminar de ningún modo. Probó numerosos productos; hizo mezclas y, desesperada, cuando ya no se le ocurrió nada más, agotadas las posibilidades dentro de su imaginación para llevar a cabo la tarea encomendada, se sentó en el piso encerado reteniendo un incesante llanto entre sus manos ampolladas. Luego de algunas horas María entraba alegre a la casa luego de una divertida noche con sus amigos; Sonia permanecía en el mismo lugar. Inmóvil y consciente de haber perdido su trabajo. La sonrisa que María tenía minutos antes, se desvaneció al instante. Otra serie de insultos en contra de su empleada; quiso disculparse, sin embargo, no se lo permitió. Poco faltó para que la despidiera y no quiso seguir defendiéndose para no alterarla más de lo que estaba. Sola y en medio de la quietud de su casa, se dispuso a quitar esa odiosa mancha. Había aprendido que para obtener los resultados adecuados, tenía que hacer todas las cosas ella misma.


Estaba amaneciendo y aún intentaba sacar la mancha, cuando percibió los endurecidos rasgos de ese rostro. La inusual mueca se transformó en una sonrisa macabra ante sus sorprendidos ojos.
- ¿Qué es esto? –Dijo elevando la voz al silencio– ¿De dónde saliste?... no importa. Juro que destruiré esta broma de mal gusto.
María improvisó una antorcha con trapos y revistas. La encendió y la acercó a la figura, quemándola. Al instante oyó un alarido. El siniestro sonido se esparció por la habitación, pero lo asoció con el viento. Un gigantesco manchón de tizne quedó impreso en la pared y luego de limpiarlo con un poco de detergente, parecía como si nunca hubiese existido algo.


Dos días después se levantó y vio con felicidad que la mancha había desaparecido, al parecer para siempre. Subió a su dormitorio y se quedó allí hasta el atardecer. La casa fue dominada por desgarradores gritos. Sonia corrió hasta el dormitorio de María.
La puerta estaba entreabierta. Entró y al ver la escena, gritó hasta que las cuerdas vocales parecieron quebrarse. María, aún con vida pero no por mucho tiempo, se encontraba tendida sobre su cama; una pierna cruzaba por debajo de la otra. Sus brazos formaban una cruz oprimiendo su pecho, y su cabeza colgaba al vacío quedando en una grotesca posición. Su rostro era una masa uniforme, sus rasgos se habían fusionado... su carne parecía quemada. El proceso continuaba y antes de que Sonia reaccionara, fue testigo de una horrenda metamorfosis. La piel latía supurando un espeso líquido amarillo; su hermoso y largo cabello se tornaba gris... opaco... sin vida. Como si de una nueva formación geológica se tratara, numerosas arrugas quedaron marcadas en todo su cuerpo y algunos dientes comenzaron a caer al deteriorarse las encías. Nadie hubiera creído que horas antes, su belleza era la envidia de otras mujeres.
La anciana que yacía sobre la cama, mantenía aún la dolorosa mueca; los ojos que adornaban un bello rostro habían sido cambiados por dos tristezas agobiantes.


Abajo, en el living, a la izquierda del reloj de péndulo, el rostro de María aparecía dibujado en la pared.

Extraído de "El Extraño Viejo de la Noche"

Abril 2006
ISBN-10:987-05-0674-7
ISBN-13:978-987-05-06744
Editorial Impresión Arte (Ediciones Patagónicas)
Contacto: 02995234420
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