domingo, 5 de mayo de 2013

EXTRAÍDO DE "CUENTOS DE AMOR, SUPERVIVENCIA, Y MANIPULACIÓN"


La redención de Asterión

                                                   “...¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o
                                                    un hombre? ¿Será tal vez un toro con cabeza de hombre?
                                                   ¿O será como yo?...”
                                                                        “LA CASA DE ASTERIÓN”
                                                                            JORGE LUIS BORGES


Cubierto de sudor que al contacto con los ardientes rayos daba a mi piel el efecto de un seductor bronceado, caminé a paso lento mientras pasaba un jirón de su vestimenta sobre la superficie de la reluciente espada que todavía empuñaba. Observé el trapo impregnado en la espesa y maloliente sangre, saturada de una eterna maldición. Mientras abrazaba a la mujer que desde ahora sería mi prometida, le dije al oído y con una venenosa ironía estas palabras... “¿lo creerás, Ariadna, el Minotauro apenas se defendió”...
Me mantuve silencioso recordando esa lucha majestuosa... esa muerte digna de quedar sellada con las doradas heridas de los héroes, en los anales de los mitos desconocidos. Cuando entró a la casa (no fue complicado hacerlo porque día y noche sus puertas infinitas permanecen abiertas) experimenté un inusual asombro, reemplazado repentinamente por una destacada dosis de iracundia más la ciega ansia de vencer. Caminábamos alertas... recorríamos aquellos pasillos confusos y sombríos como animales acechando. El silencio imponente dejaba a cualquier cripta envuelta en súbitas alegrías. Los latidos de ambos corazones ensordecían el sonido de nuestros pasos, impidiendo identificar las distancias entre nosotros. La soledad dominando el espacio, en el cual mi figura transcurría dúctiles minutos meditando sobre suerte tan necia y despiadada, era una taciturna testigo de la inquietud en el alma de ese visitante esperado durante años. Tardó en localizarme; por unos momentos creyó que jamás podría hacerlo al quedar confundido entre las múltiples reiteraciones de fastuosa edificación. Cada parte de la casa (que es inmensa y no presenta fronteras) existe repetidas veces. Desenvainó el arma y sus ojos fueron apresados por el reluciente metal, corroborando el nefasto filo deslizándola con suavidad sobre la palma de su mano. Cuando nos enfrentamos y vi su rostro por vez primera, advertí previamente que los dioses habían enviado al Ser indicado para hacerlo. El Oráculo no se había equivocado... el Oráculo jamás falla. Tenía carisma... y ese detalle en la fisonomía provocando seducción y espanto al mismo tiempo.
Permití durante unos segundos que estudiara mis movimientos... mis ojos... mi sed de venganza...  la pasión de ganar palpitando en mi alma (si es que nací con ella). A cambio me otorgó serenidad, como si deseara quedar envuelto por la mortaja de mi sino. Pero ambos coincidíamos en una cosa. Éramos muy orgullosos... hasta el extremo de cegarnos y no detenernos a distinguir las fatales consecuencias. Era tal nuestra arrogancia, que en la vida podríamos haber sido ni amigos... ni enemigos. Ni reyes... ni súbditos... no existía espacio para ambos en el universo... (o al menos bajo el mismo techo; en la misma casa creada para mí, por mi padre). También asimilábamos otro conocimiento. Era imposible que pudiéramos vivir separados, permanecer alejados el uno del otro. La explicación de ese orgullo está conservada en mi linaje. ¡Soy el hijo de un rey!... ¡De un Dios!, si me permiten expresarme así. Porque un gran gobernante se convierte en muy poco tiempo, en una importante deidad.
Teseo se arrojó con una intrepidez sin igual dando un salto, descargando sobre mi rostro el peso de su furiosa rebeldía, dibujando una larga y honda senda desde el párpado inferior derecho, hasta el mentón; a su vez, él quedó marcado por la incisiva garra de mi arcaico resentimiento, acumulado magníficamente en secreto para ser utilizado cuando llegara el triunfal momento. Un estigma cumpliendo la función de recordarme quien soy en realidad cada vez que me refleje en su imagen. Observé el hilo disfrazado de las penumbras y rastreé la salida.
¿Les comenté en algún momento del desusado impulso por sentirme vencedor en el propio territorio de mis adversarios?... estímulo, tal vez, creado por mi soberbia y misantropía (las mayores fallas en mi alma, las cuales durante innumerables años me ayudaron a sobrevivir al exilio predestinado por los dioses). No haré nada para defender mi naturaleza. Soy en parte, como me hicieron los hombres... en parte, una venganza del habitante más excelso del Olimpo. Vuelvo a mirarla... sus ojos, embellecidos por el centelleo de la duda, intentan interrogarme: “Te encuentro diferente”... me dijo con dulzura.
¡Ariadna es tan hermosa!... acaricié sus cabellos y levanté la mirada al cielo, hacia la morada de los dioses, quizá para agradecer... quizá para desafiarlos... no supe la razón pero al hacerlo, un rayo de luz penetró mis dañadas retinas, hasta ese amanecer envueltas en sombras. Seguramente se acostumbrarían... con el tiempo.
Mi redentor llegó... él mismo decidió introducirse a mi casa para buscar su destino... no podía resistirme a su apariencia. Era imposible impedir que se cumpliera la profecía...
Mi redentor llegó (finalmente resultó ser sólo un hombre) con una misión en sus manos y el peso de mis angustias en su alma... él, estoicamente vino a reemplazarme luego de un incomparable combate.
¡Ahora soy libre!... ¡y los responsables de mi encierro, serán condenados!

SERGIO J. RODA
1 de noviembre de 2002

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