Naranja brillante... Amarillo
cegador... Azul asfixiante...
Toda mi vida, desde que
cumplí doce años y mi mente se enfrentó por primera vez ante ellos, me vi
obsesionado... atrapado por esos colores. Colores angustiantes, habitando el
interior del núcleo de la locura.
Me sentí hechizado por las obras de Van Gogh, desde
que el infortunio me colocó frente a ellas. Él necesitó canalizar, de algún
modo, la verdad que penetró crudamente sus retinas, una noche de verano;
pudriendo dolorosa y sorpresivamente su cerebro.
Me encontré, sin saber cómo dar ese paso atrás,
investigando su vida. Sin intuir que al hacerlo heredaría su tormento. Cada
suceso me conducía hacia una vorágine de estremecimientos. En sus cuadros
dominaban únicamente esos colores. Azul, amarillo, y tal vez ese toque
anaranjado que, actuando como imán, atraería las mentes de quienes apreciaban
esas obras.
Son
conocidos los lienzos “El cielo estrellado” o “Los Girasoles”, pero muy pocos
descubren lo que habita detrás de esas pinceladas cargadas de energía. Yo,
desgraciadamente, logré hacerlo. Y desde entonces mi vida cambió. Ahora tengo
un mundo propio. El mundo que los soñadores anhelan; sin embargo debo
aclararles que una vez aceptado el obsequio, es difícil (imposible) devolverlo.
Atravieso
la hondura de las aguas solas... y allí espero mi destino. Porque es sabido que
todo tiene un precio. Entrar al universo conteniendo el eslabón perdido, me
arrebató parte de lo que soy. La culpa fue de ese majestuoso lienzo que V. G.
(ya no me atrevo a decir su nombre completo, ni pensar en él sin sentir un
inexplicable aunque justificado terror) tituló “El cielo estrellado”.
Aparentemente un cuadro normal creado por un genio. Ahora sé que es un cuadro
excepcional creado por un hombre normal. Un hombre que tuvo la mala fortuna de
estar en el lugar equivocado, en el segundo menos indicado. El segundo que esa
grieta se abrió en el cielo, aquella noche, liberando esos intensos colores.
Horrendos colores que para no expirar en el aire, utilizaron la mano de un ser
humano vulgar convirtiéndolo en artista involuntario. Colores que demostraron
ser tan poderosos que aún hoy perduran... y viven... y respiran sutilmente con
astucia, para no ser descubiertos.
Aquella
lejana noche, cuando los colores más horribles del mundo (y a la vez los que
más atraen y apasionan al mundo), brotaron de esa grieta cósmica para
dominarnos, comenzó un apocalipsis mental colectivo, confundiéndonos
plenamente. Impidiéndonos pensar con claridad. El azul se instaló en las
retinas del pintor, provocando angustia y una autocompasión cubierta por una
bajoestima excesiva. Casi de inmediato descendieron a la tierra, el amarillo y
el naranja; aniquilando la conciencia de muchos.
Cuando
observé más cerca “El cielo estrellado”, descubrí que esas mal llamadas
estrellas tenían movimiento. Giraban con rapidez, y hasta fui capaz de percibir
un zumbido anormal. En el caso de “Los Girasoles”, el centro de esas flores
eran rostros... cada centro los cubría un puñado de pigmentos desbordando malignidad; cada girasol estaba rodeado de pétalos cuya intención era apretar el mundo hasta estrangularlo.
Nadie
imagina que esos pigmentos están vivos y laten en lo más hondo del lienzo;
donde se halla el eslabón perdido de las dos mitades de la vida (la que todos
ven... y también la oculta). Cada obra vive, respira, y se
reproduce en el cerebro de las personas que los veneran. Los colores son
nuestra perdición. Si viéramos en blanco y negro, nuestra imaginación
procesaría más fácil los detalles, como puede apreciarse con más detalles una fotografía en
blanco y negro.
Miro
a mi alrededor; y aunque las paredes son blandas y blancas, continúo viendo
esos malditos colores que, con éxito, dominan el planeta y tal vez,
¿por qué negarlo si no podemos asegurarlo? También otras galaxias.
Sí.
las paredes que me rodean son blandas y blancas. Lo sé, aunque ya no pueda
mirarlas. Lo único que puedo ver son esos
colores amenazadores.
Naranja
brillante... Amarillo cegador... Azul asfixiante...
Intenté
extraerlos de mi vista hace tiempo, sin resultados positivos, Los extraje yo mismo. Lo digo con orgullo. Yo mismo fui quien con la ayuda de
un tenedor arrojé hacia un rincón los globos oculares. Recuerdo que uno de ellos no saltó directamente y quedó pendiendo de algún colgajo sanguinolento pero ningún problema que no pudiera solucionar un corte limpio con una tijerita de uñas; y fue casi instantáneo que percibí que haber eliminado mis ojos había sido inútil para mi propósito de liberación... y desde ese día vuelo en la hondura de las aguas solas...
Desde
ese día todas las imágenes desaparecieron pero en mi caso no llegó nunca la
oscuridad (eso habría sido apaciguador), sino que sólo veo esos pigmentos y las
tenebrosas cosas que allí habitan. cosas abominables... cosas inimaginables surgiendo de la nada; levitando hacia mi mirada ciega. No existe la ceguera cuando las imágenes y los colores se alimentan de nuestra mente de una manera carroñera. Lovecraft ya nos había querido poner en aviso. ¡Quien quiera oír que oiga!
Sólo
veo esos tres colores; a veces separados, otras fusionados. Colores palpitando
en su puro estado de libertad. Colores de locura, para algunos... para mí, los
colores donde se encuentra el infierno fatalista que nos impide ver con claridad.
23 de septiembre de 2003
23 de septiembre de 2003
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