EL EXTRAÑO VIEJO DE LA NOCHE

"Si sólo se dieran limosnas por piedad,
todos los mendigos hubieran muerto
de hambre”.
FRIEDRICH NIETZSCHE


Sus pasos eran firmes y cortos. De vez en cuando se apuraba a doblar alguna esquina, como si llegara tarde a una importante cita. Su rostro, cubierto por la capucha de su fuera de época y extraña vestimenta, se confundía con las tinieblas que lo rodeaban. Bañado íntegro por rayos plateados que descendían para ofrecer vida a su lúgubre sombra, parecía bastante alto. Era demasiado delgado. Caminaba encorvado y parecía un hombre de setenta años, pero tal vez podría ser más viejo... mucho más viejo.
Aquellos rasgos eran desconocidos para las escasas personas que lo veían y, sin embargo, una energía inexplicable hacía que todos lo evitaran. Algunos lo llamaban... “El Viejo de la Noche”. Otros, simplemente “El Extraño”. Pero nadie se atrevía a decir en voz alta el nombre completo con el cual había sido bautizado.
Muchos no creían en él, aunque los más ancianos afirmaban que existía y hasta aseguraban haberlo visto. Algunos hablando con certeza; otros sólo para atraer la atención de los asustados chiquilines. Ciertos grupos de ignorantes decía que era La Muerte, aunque estaba fuertemente ligada a esa criatura tan imponente. Las historias sobre él ya se habían convertido en leyendas y la nueva generación las usaba para burlarse en el colegio o en los bares. Pero cuando se desplegaba el negro manto sobre la ciudad, hasta los más escépticos temían su encuentro.
¿Quién era él?... ¿De dónde venía?... nadie podía deducir donde vivía; los que en alguna ocasión lo vieron y con suerte sobrevivieron al encuentro, afirman que acostumbra a deambular por las calles y avenidas de la gran ciudad, buscando algo...
...O a alguien.

El semáforo cambió de color, cediendo el paso. Un niño de ocho años se disponía a cruzar la calle. Volvía de comprarle cigarrillos a su padre y se dirigía hacia su casa con las manos en los bolsillos, mirándose los cordones de las zapatillas. Guiado por un mortal presentimiento, levantó la vista y una bocanada de vapor brotó de sus labios apenas entreabiertos. Sus pupilas brillaron como perlas oscuras cuando encontraron esa inusual figura manifestada en la acera de enfrente. Sabía de quien se trataba, pero hasta ese momento creía que era un mito. La criatura, en silencio, levantó un brazo fatigado dejando visible una de sus manos ocultas por las mangas de su túnica. Un dedo lo apuntó. El pequeño observó la pútrida y escasa piel que cubría su cuerpo. Hasta le pareció oír en su mente una voz pegajosa, como la saliva de un depredador, que decía su nombre y dejaba ideas estremecedoras en su mente: “...Marcelo... Marcelo... decídete y hazlo de una vez por todas. Líbrate de él”.
Quedó inmóvil en esa posición durante segundos interminables; luego, como arrepentido de ejecutar alguna siniestra acción, fue bajando nuevamente el brazo y le dio la espalda. Esperó... como si fuera parte de un ritual milenario, y comenzó a alejarse. El niño lo observó con sus manos congeladas en los bolsillos de su campera, y no fue capaz de percibir si las sentía así por el terror que recorría su cuerpo, o por el penetrante abrazo de la helada estación.


En algún otro lugar, un mendigo se disponía a dormir en la vereda. Tapado con un cartón tan fétido como su ropa, intentaba en vano la tarea de protegerse del agudo e invisible cuchillo que usa como mortal arma, el crudo invierno. Tosía y su respiración era entrecortada. Tenía sesenta y ocho años y en su semblante, las personas que pasaban a su lado percibían un cansancio físico y mental. El mendigo lo vio reflejando todos los temores de su larga vida y, aunque su rostro estaba cubierto, hubiera jurado que sonreía con malicia. Entre ellos existían tan sólo tres metros; distancia que comenzó a acortarse cada vez más... hasta que estuvieron separados por un pequeño torbellino creado por el nauseabundo aliento que ambos exhalaban. De nuevo lo invadió una sensación de que existía una cínica sonrisa detrás de esa oscuridad. Su miedo, creciente, se alimentaba de la adrenalina que su cuerpo producía en elevadas dosis, y un escalofrío fuera de lo normal lo cubrió de sudor. Un fluido caliente se deslizó por su entrepierna. A su edad ya le era imposible dominarse, por causa de los golpes y patadas que le proporcionaban los jóvenes a diario.
- ¿Quién... eres? –Preguntó, cansado de pasar toda una vida vagando involuntariamente sin rumbo.
Silencio.
- ¿No tiene un pedazo de pan?... por favor, hace muchos días que no pruebo bocado alguno –Su voz se escuchó lejana. Un débil hilo a punto de cortarse.
El Viejo de la Noche levantó otra vez su brazo, como lo hizo dos cuadras atrás cuando se encontró con aquella criatura de ojos oscuros y asustados. Un niño del cual se reirían sus amigos al día siguiente cuando contara lo que vio. Un niño que jamás sería creído por sus padres y que tendría ásperas pesadillas con esas imágenes durante meses. Un niño que alcanzaría a contarle esa extraña visión a su tía, días antes de que un loco la asesinara minutos después de salir de un restaurante... un niño que diez años más tarde, finalmente cansado de un largo período de opresión, tomó la decisión de asesinar a su padre ebrio, cuando éste intentaba golpearlo por última vez. Reviviría ese día infinitas veces, para acallar esas voces que palpitaban en la mente de su niñez atormentada. Durante su adolescencia volvería a encontrarlo...
...Y vería su rostro.
El hombre comenzó a mirarlo atontado. Su corazón comenzó a acelerar. Un dedo huesudo con jirones colgantes de piel hedionda lo señaló en el preciso momento, como si hubiera sido secretamente calculado, en que las luces de un camión lo rociaba, revelándolo íntegro.
Lo primero que vio horrorizado fueron las concavidades vacías de los ojos y en la escasa piel enganchada en su cuerpo, sobresaliendo infinidad de profundas y purulentas llagas que palpitaban. ¿O acaso respiraban?... El ciruja, que ya no recordaba su nombre por la sencilla razón que desde hacía tiempo nadie le hablaba, cambió la pregunta con temor.
- ¿Qué?... –Carraspeó un par de veces– ¿Qué eres?
La abominación se limitó a mirarlo desde sus aterradores abismos. Lo único que se escuchaba era el acelerado corazón del enfermo mendigo, volviéndose tan imperceptible como un susurro fusionándose con el suave silbido del viento. El anciano cerró los ojos y esperó la llegada de su último hálito.
- Gra... gracias por haber... oído mis ruegos. Gracias por venir. –Dijo en ese momento final de delirio, confundiendo a su visitante con otro Ser– Hacía mucho... que esperaba tu visita.
El Viejo de la Noche bajó el brazo y comenzó a andar. Atrás quedó el inerte cuerpo que encontrarían congelado horas después. No provocaría demasiado revuelo; se trataba de un paria menos en la ciudad. La policía aceleraría los trámites para enterrarlo de inmediato en absoluto secreto, en una fosa solitaria. Como si los testigos se avergonzaran de ese acto saturado de justificada crueldad.
No habría velatorio ni misas. Sólo lo acompañaría el olvido. Y con ese olvido, El Extraño Viejo de la Noche se haría más fuerte... naciendo en su cuerpo una nueva cicatriz palpitante y ansiosa de odio. El mismo odio destilando la humanidad a diario desde sus comienzos, proporcionando gran placer en sus almas al ver corporizarse sus oscuras perversiones.


El Extraño Viejo de la Noche continuó transitando las calles hasta que se desvaneció en el horizonte, al mismo tiempo que la aurora comenzaba a vestir su corona de rayos fulgurantes.


Extraído de "El Extraño Viejo de la Noche"
Abril 2006
ISBN-10:987-05-0674-7
ISBN-13:978-987-05-06744
Editorial Impresión Arte (Ediciones Patagónicas) -
Contacto: 02995234420 
silviayfreddy@hotmail.com





Comentarios

Entradas más populares de este blog

SALUDO DE NAVIDAD