El Cuervo, publicado en 1945, es el poema con el cual Edgar Allan Poe conseguiría la fama y caminaría sobre la eternidad; sin embargo, el destino no le permitiría disfrutar esa "eternidad" terrenal, aunque sí logra que los psicopompos le permitan la entrada al umbral de la desconocida oscuridad.
Edgar Allan Poe llega, así, a formar parte en la actualidad de la literatura universal. Aceptado o no, es partícipe de innumerables debates y críticas en todo el mundo.
Blog de cuentos y otras obras del escritor y artista plástico Martin Nigromante.
jueves, 27 de octubre de 2011
EL CUERVO - Edgar Allan Poe
EL CUERVO
Edgar Allan Poe
Sobre mas
de un raro infolio de olvidados cronicones
Inclinaba
soñoliento la cabeza, de repente a mi puerta oí llamar,
Como si
alguien, suavemente, se pusiese con incierta mano tímida a tocar.
“Es –me dije–
una visita que llamando está a mi puerta,
¡eso es todo, y nada más”
¡Ah! Bien
claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su
espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
¡Cuán
ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura procurando en vano hallar
tregua a la
honda desventura de la muerta Leonora, la radiante, la sin par
virgen rara
a quien Leonora los querubes llaman –ahora ya sin nombre... nunca más!
Y el
crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me
aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo
que el latido de mi pecho palpitante procurando dominar:
“Es, sin
duda, un visitante –repetía con instancia– que a mi alcoba quiere entrar,
un tardío
visitante a las puertas de mi estancia...
¡eso es todo, y nada más!”
Poco a
poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando:
“Caballero
–dije– o dama, mil perdones os demando;
mas, el
caso es que dormía, y con tanta gentileza
me
vinisteis a llamar, y con tal delicadeza
y tan
tímida constancia os pusisteis a tocar,
que no oí”
–dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia–:
¡sombras sólo y... nada
más!
Mudo,
trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
quedé allí
–cual antes nadie los soñó– forjando sueños,
mas
profundo era el silencio, y la cama no acusaba ruido alguno... resonar
sólo un
nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora yo me puse a murmurar,
y que el
eco repetía como un soplo: “¡Leonora!”...
¡esto apenas, y nada más!
A mi alcoba
retornando con el alma turbulenta,
Pronto oí
llamar de nuevo, esta vez con más violencia.
“De seguro
–dije– es algo que se pasa en mi persiana; pues veamos, de encontrar
la razón
abierta y llana de este caso raro y serio, y el enigma averiguar;
¡corazón!,
calma un instante, y aclaremos el misterio...
¡es el viento, y nada más!”
La ventana
abrí, y con rítmico aleteo y garbo extraño,
Entró un
cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse
ni un instante ni señales dar de susto, con aspecto señorial,
Fue a
posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta de mi puerta el cabezal,
Sobre el
busto que de Palas la figura representa
¡fue y posóse, y nada más!
Trocó
entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
Con su grave,
torva y seria, decorosa gentileza,
y le dije:
“Aunque la cresta calva llevas, de seguro no eres un cuervo nocturnal,
¡viejo,
infausto cuervo oscuro vagabundo en la tiniebla!...
Dime ¿cuál
tu nombre, cuál, en el reino plutoniano de la noche y de la niebla?
Dijo el cuervo: “Nunca más”
Asombrado
quedé oyendo así hablar al avechucho,
Si bien su
árida respuesta no expresaba poco o mucho,
Pues
preciso es convengamos en que nunca hubo criatura que lograse contemplar
Ave alguna
en la moldura de su puerta encaramada, ave o bruto reposar
Sobre
efigie en la cornisa de su puerta, cincelada,
con tal nombre: ¡Nunca más!”
Mas el
cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella
Sólo dijo
esa palabra, cual si su alma fuese en ella
Vinculada;
ni una pluma sacudía, ni un acento se le oía pronunciar...
Dije
entonces al momento: “Ya otros, antes se han marchado, y la aurora al
despuntar,
él también se irá volando cual mis
sueños se han volado.”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”
Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
“no hay ya
duda alguna –dije– lo que dice es aprendido,
aprendido
de algún amo desdichado a quien la suerte persiguiera sin cesar,
persiguiera
hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo, sus canciones terminar
y el clamor
de su esperanza, con el triste con el triste ritornelo
de ¡Jamás, y nunca más!”
Más el
cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
Mi sillón
rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
Luego,
hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía dime entonces a juntar,
Por saber
qué pretendía aquel pájaro ominoso de un pasado inmemorial,
Aquel
hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
Al graznar “¡nunca jamás!”
Quedé yo
esto investigando frente al cuervo, en honda calma,
Cuyos ojos
encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más
–sobre cojines reclinado– con anhelo me empeñaba en descifrar,
en el rojo
terciopelo donde imprimía viva huella luminosa mi fanal,
terciopelo
cuya púrpura ¡ay! Jamás volverá ella
a oprimir ¡ah! “¡nunca más!”
Parecióme
el aire, entonces, por incógnito incensario
que un
querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
perfumado,
“¡Miserable ser! –me dije– Dios te ha oído, y por medio angelical,
tregua,
tregua y el olvido del recuerdo de Leonora te ha venido hoy a brindar:
¡Bebe!
¡Bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”
“Oh,
profeta –dije– o duende, mas profeta al fin, ya seas
ave o
diablo, ya te envíe la tormenta, ya te veas
por los
vientos barrido a esta playa, desolado pero intrépido, a este hogar
por los
males devastado, dime, dime te lo imploro:
¿Llegaré
jamás a hallar algún bálsamo para el mal que triste lloro?”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”
de zafiro
que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
a quien
ambos adoramos, dile a esta alma dolorida, presa infausta del pesar,
si jamás en
otra vida la doncella arrobadora a mi seno he de estrechar,
¡el alma
virgen a quien llaman los arcángeles Leonora!”...
Dijo el cuervo: ¡Nunca más!
-grité
alzándome–, retorna, vuelve a tu hórrida guarida,
la
plutónica ribera de la noche y de la bruma!... ¡De tu horrenda falsedad
en memoria,
ni una pluma dejes, negra! ¡El busto deja! ¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita tu
pico de mi pecho! De mi umbral tu forma aleja!”...
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”
Y aún el
cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el
busto que ornamenta de mi puerta la moldura...
y sus ojos
son los ojos de un demonio que, durmiendo, las visiones ve del mal,
y mi alma
de esa sombra que en el suelo flota... nunca
se alzará... ¡nunca más!
martes, 25 de octubre de 2011
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